Por pura necesidad, tal cual... Acabo de escribirlo, lo he leído tres veces y lo he colgado. Asumo los riesgos.
CUANDO EL GRANIZO
Siento cómo se me agota la poesía
igual que piel ajada
que va dejando jirones tras de sí.
Contengo el impulso de mirar a
atrás,
de salir en su busca
para recomponer el tejido roto;
se me congela el corazón
de miedo a sondear los oscuros
agujeros
donde hallar enganchados en raíces
solitarias
aquellos jirones, quizá, vendidos
al olvido.
Tal vez me rechacen sin aguantarme:
Déjanos en paz, somos flor de verano,
cigarras sin remedio que agonizan
con la llegada del frío...
Siento cómo se me agota la poesía
cuando cae ese granizo inesperado
que me hunde el pecho
y una noche triste -tras perder la
batalla- amenaza
con devorar el brillo de mi
existencia
mil veces reinventada,
otras tantas, forjada de una fe
pertinaz
entre las llamas de una rebeldía
a las puertas de consumarse.
Ahora lo siento...
Sé que no será así, pero
cada mandoble que despeja el camino
de maleza
supone algo menos de aliento aunque
facilite el paso
y, mientras tanto,
siento cómo se me agota la poesía
cuando mis ideas limitan con todo
en un cuadrilátero primitivo
ciego de vulgo,
absurdo de inverosímil,
herido de impotencia.
Es cuando se vuelven de barro los
dedos del alfarero. Entonces,
labios pegados, mi mueca se
retuerce buscando su sitio,
pero es demasiado blanda la carne
para fijar perenne el gesto.
Cuántas caras en un solo día...
Qué pensarán las paredes, que no
saben de dobleces;
qué pensarán los espejos, que no
conocen la opacidad;
¡qué dirá la techumbre, que nunca
cambia de casa!
Entonces va el aire y abre la
ventana sin permiso...
Y yo recuerdo que no la cerré
porque vino el tiempo de las
flores.
Saludos con el viento.